Hay que afirmar, sí, que los santos fueron de una talla humana y espiritual extraordinarias. No los devaluemos. Pero es también verdad que los santos tuvieron que pasar por las vicisitudes de toda vida que quiere ser humana.
Como se dice de Jesús, también los santos ” aprendieron sufriendo a obedecer” . Y sus vidas son testigo de sus idas y venidas… de sus noches oscuras… de sus dificultades consigo mismo y con los demás. De su búsqueda de ese Dios cercano y lejano…
Mirando la vida de los santos tenemos que aprender a desterrar los atajos fáciles que no conducen a ninguna parte.. Y aprender a trabajar humildemente cada día…
El éxito de una vida hay que juzgarla en función de aquello a lo que hemos renunciado para conseguirlo. Los grandes logros y los grandes amores en la vida entrañan un cierto riesgo y una gran inversión de trabajo. Pero preferimos idealizarlos en lugar de vivir la llamada personal en obediencia a Dios en cada momento.
Cuando idealizamos estamos buscando atajos ..En realidad no existe más camino que el trabajo diario, la confianza aprendida en la dura lucha de cada día. La vida es un recorrido a precio de renuncias. Al igual que los caminos, tiene tramos de luz y tramos oscuros… trechos abiertos y trechos cerrados, hasta difíciles de atravesar.
Lo que hace bella o fea una existencia no es la ausencia de conflictos sino el modo como abordamos y gestionamos esos tramos difíciles. Si algo nos enseñan los santos es que cada uno tiene que abordar la vida a nuestro modo de forma original. No se trata de imitar a nadie. Se trata de aprender a hacer cada uno su propio recorrido con los modos y medios a su alcance. El objeto no es llegar al final lleno de trofeos. Se trata de asumir la vida con gracia y elaborarla cada uno de forma original.
No olvidemos que somos como somos y para Dios somos valiosos, muy valiosos. Es así exactamente como nos ama.