Desde el pesebre de Belén, como maestro desde su cátedra, Jesús nos enseña dos lecciones de capital importancia.
La primera es de “humildad”. Jesús menosprecia la ostentación mundana… Lo nuestro es encumbrarnos y dominar… Lo de Dios es bajarse y servir.
La segunda lección es de “amor”. Dios se baja para levantarnos, se hace pobre para enriquecernos, se hace pequeño para engrandecernos… y todo esto por amor.
Amor de Padre, que nos da a su Hijo. Amor de Hijo que se acerca y se hace uno de nosotros. Amor de Espiritu Santo que realiza ese gran misterio de bondad. Dios se acerca a nosotros en la forma más atrayente que puede darse: como un niño.
En aquellos tiempos el niño valía muy poco. Desde el nacimiento de Jesús, los niños valen infinito. Por esto la Navidad es la fiesta de todos los niños del mundo, la fiesta de la dignidad del niño que no ha nacido aún y del niño que ha nacido ya… del que duerme plácidamente en el regazo de su madre… del niño que comienza a dar los primeros pasos, a hablar, amar y sonreir.
Navidad es también la fiesta de los hombres, objeto de la benevolencia divina: Dios ama a todos los hombres sin excepción. Dios se acerca a ti… acércate tu a Dios.. el te ama… ámale tú en tus hermanos.
Que cuando te acerques a besar el pie del Niño y a adorarle como Dios ofrezcas tu corazón limpio de todo odio.
Cómo siempre excelente reflexión