Debemos aprender a estar ante Dios. Muchos queremos aparentar ante Dios, nos comportamos como si fuéramos alguien . Este modo de ser farisaico aparece muchas veces en la oración. Para orar no necesitamos hablar mucho… ni dirigirnos a Dios con grandes discursos. Ante Dios no hacen falta palabras bonitas… ni tener grandes ideas. Ante Dios en la oración de lo que se trata es de estar amándole, no de echar discursos. En ella hay que comunicar de corazón a corazón nuestras inquietudes y sentimientos dejándonos inundar por su presencia.
Cuando nos dirigimos a Dios no hay que hacer como los fariseos que ponen delante todos sus títulos y méritos. Para estar con Dios no hay que ponerse medallas, ni exhibir diplomas, ni vestirse de un modo llamativo. No vale ante Dios ni el ser “justo” ni estar consagrado. Se puede ser todo eso. De hecho esto es lo que es el fariseo pero no son méritos que podamos exhibir ante Dios. Algunos cuando oramos parece que estamos más alabándonos a nosotros que glorificando a Dios. En la oración debemos huir de compararnos con los otros como el fariseo: “No soy como los demás: ladrones, injustos… “El fariseo al compararse con los demás, los desprecia. Esta muy cerca de este mal estilo el dicho de muchas personas al afirmar con orgullo “yo ni robo ni mato“.
Uno de los problemas mayores de muchas personas que se van alejando de Dios es no saber qué hacer con su culpabilidad. Lo primero que deben hacer es reconocer su culpa. El remordimiento no es cristiano… nos puede hundir en la angustia… el arrepentimiento cristiano mira al futuro… se abre con confianza al perdón de Dios.